viernes, 11 de septiembre de 2009

LA BOGOTÁ DE AYER Y DE HOY: RADICALMENTE DIFERENTES, SOSPECHOSAMENTE PARECIDAS


Eduardo León
Octubre 2008

La Bogotá colonial y semi feudal del siglo XIX y la Bogotá “moderna” del siglo XXI, distantes y distintas por efecto del tiempo, pero coincidentes en las lógicas excluyentes, otrora por razones de raza en el entendido de Alfred Hettner, hoy por motivos de clase. Rezago trágico de una revolución libertaria, pero no igualitaria. Razón tenía Humboldt que aunque reconocía que estos países estaban maduros para la independencia, difícilmente estarían preparados para erigir una ley. Arriesgando una interpretación de tal sentencia, diría que pensaba que la independencia no fortalecería una identidad de naciones y de pueblos.

Las prohibiciones y exclusiones que padecieron los criollos independentistas de parte de sus ascendientes europeos, fueron replicadas por éstos a las demás etnias diferentes a la suya. Al fin y al cabo los criollos no se identificaban tanto como americanos, sino más como europeos en este continente (¿expatriados?).
El movimiento independentista criollo terminó a la larga reproduciendo los mecanismos y esquemas de poder y dominación españoles(1), para asegurar la transferencia de los privilegios que detentaban los originarios de la madre patria, a la vez que ataban el país al atraso estructural.

Según Rubén Jaramillo Vélez el control oligopólico de los recursos económicos limitó las oportunidades de movilización social, situación que se mantiene en la actualidad. La concentración de recursos económicos, siguiendo a Jaramillo, en manos de la clase alta perpetuó un sistema social que desalentaba el interés por la actividad económica y en lo técnico. Los independentistas se apoderaron y usufructuaron lo que sus abuelos y padres conquistaron a sangre y fuego, exterminando culturalmente, cuando no físicamente, culturas milenarias aborígenes y desarraigando y condenando al destierro a miles de negros procedentes de antiquísimas culturas y etnias africanas.

Tal exterminio étnico- cultural no fue reivindicado/resarcido por la revolución de independencia contra la España colonial y feudal; por el contrario, se mantuvo y, en cierta forma, se profundizó bajo nuevas lógicas de exclusión y de dominación. Este proceso solapado bajo un discurso libertario y humanista, mantuvo los mismos mecanismos utilizados por los ibéricos para neutralizar cualquier levantamiento indígena: dominación y sometimiento de las clases bajas y alianza con las castas más altas de la estructura jerárquica de los aborígenes, dando al traste, de esta manera, con cualquier posibilidad de surgimiento de un movimiento emancipador nativo, difícilmente realizable sin la dirección de los caciques. Romper la estructura socio cultural y neutralizar/cooptar para someter fue importante en la estrategia de dominación y sometimiento española.

Cuando se intentó un levantamiento indígena, como en el caso peruano, criollos y españoles se aliaron para enfrentar lo que consideraban una revolución que atentaba contra los intereses de unos y otros. A los criollos les interesaba extender los privilegios de sus padres españoles, no permitir o coadyuvar una revolución popular que pusiera en riesgo su proyecto “emancipador”.

El objetivo principal de la revolución de independencia, según Fernando Martínez Guillén, fue capturar el poder político y la administración central pero como extensión de la estructura hacendaria, aún vigente en Colombia(2). De tal manera el partido político se convierte en una red de relaciones de dependencia cuyo fin último es el disfrute del prestigio social y el monopolio del presupuesto público para la clientela partidaria. Tal fenómeno se mantiene vigente en Bogotá y en el país, como heredad de los padres de la patria en su gesta “emancipadora”.

El concepto de pluri culturalidad y pluri etnicidad como tal no se dió, existían varias culturas y diversas etnias, pero no convivencia, menos identidad entre éstas como pueblos y nación. Esta realidad no permitiría que la gesta emancipadora fuera para todos, que realmente fuera una emancipación. Tal vez, a lo sumo, consistió en una separación, un rompimiento con la “madre patria” como retaliación por el no reconocimiento de sus hijos americanos, porque se los veía como los parientes pobres y de menor alcurnia. Los criollos odiaban y sentían nostalgia simultáneamente por lo europeo.

En ese contexto Bogotá, fue y sigue siendo el fiel reflejo de una independencia inacabada o incompleta, tanto en el siglo XIX, como en el siglo XX y en el joven siglo XXI. En muchos aspectos está presente el atavismo por lo eruropeo/español. En la Bogotá colonial no se hablaba aún de ordenamiento territorial, pero existió de facto y fue conscientemente instaurado. La fundación de la ciudad pronto evidenció una gran utilidad y funcionalidad territorial para los conquistadores españoles: se convirtió en un centro en el que se concentró el poder político y militar, tal vez sin una visión clara de futuro, pero funcional a las necesidades e intereses inmediatos de los invasores. Les ayudó, en tal propósito, la sumisión Muisca producto de la equivocación nacida de su cosmovisión que los llevó a creer, hasta que fue tarde, en la llegada de los hijos del sol y no de unos usurpadores.

El hecho de encontrar viviendo en el territorio Muisca de Bacatá a un millón de indígenas, debió servir a los españoles para intuir, en principio, y, luego corroborar, la importancia geoestratégica de este territorio. Seguramente no estaba en sus planes iníciales, pero bien pronto le encontraron viabilidad económica, política y militar. No podría asegurarse que se establecieron en el centro del país con una visión de futuro, es más los diferentes analistas coinciden en que los españoles llegaron al centro del país por el desconocimiento y la ignorancia de hallarse en un continente, pero para sus propósitos de obtener la tierra, la riqueza y la nobleza que jamás alcanzarían en su patria natal, tal equivocación les resultó funcional y procedieron a asentarse en nombre del rey y la santa madre iglesia católica.

La Bogotá de los Muiscas, de la colonia y aún de la naciente república, estaba aislada (desde el punto de vista de la modernidad) pero era autosuficiente gracias a su privilegiada posición geográfica. Aquí está implícito un concepto de territorio que no es el de hoy, pero que los españoles asimilaron bien. No necesitaron estar cerca de las costas para instaurar el poder colonial, porque estaban dadas todas las condiciones para replicar allí el sistema feudal imperante en España.

Si para entonces España hubiera estado, tan siquiera, transitando firmemente por los albores del capitalismo mercantil, Bogotá seguramente les habría resultado totalmente inútil económicamente. Pero para extender el modelo económico, social y político feudal del imperio colonial, su ubicación les resultó perfecta.

Era una Bogotá atrasada desde la óptica burguesa, pero no así desde la percepción de la nueva nobleza y de la corona española. Su aislamiento además la dejaba por fuera de cualquier intento de invasión por parte de los países europeos que competían y guerreaban con España. Se puede afirmar que a estos ni siquiera les interesaba. No era un territorio idóneo para las necesidades de expansión del capitalismo comercial.

Ese modelo centralista de facto, producto de un copamiento territorial expansionista, no necesariamente planificado, lo heredaríamos en todo el país. En tal realidad histórica podríamos encontrar la explicación de la fundación de ciudades importantes como Cali y Medellín, ubicadas en el centro de los territorios que administran política y económicamente, no obstante que estos se extienden hasta las costas pacífica y atlántica. El centralismo pondría así su sello al futuro ordenamiento territorial de Colombia que sumado al heredado sistema económico feudal de España, replicaría un modelo de ejercicio del poder político y económico alrededor de los castillos medievales, a la manera feudal española, a eso equivalía Bogotá, ni más ni menos.

El país transitará en adelante por un modelo de crecimiento del centro a la periferia, la tierra sería por muchos años (aún lo es) la fuente de riqueza y del poder económico y social. Ya decíamos que otro pudiera haber sido el concepto de territorio y desarrollo si los invasores hubieran provenido de los países capitalistas europeos, los grandes centros urbanos estarían en los sitios favorables para la expansión del comercio y en concordancia con el grado de desarrollo del transporte y las comunicaciones para la época.

América Latina y Colombia por cuenta del colonialismo español, en adelante, verían atado su futuro a la dependencia de modelos extranjeros. Así como en la época colonial la lógica territorial y económica de Colombia, respondía a las necesidades de expansión feudal de España, hoy obedece a la nueva división internacional del trabajo del capitalismo global y su necesidad de suministro de materias primas para la agroindustria mundial y de extracción de recursos no renovables, principalmente energéticos.

Desde el siglo XV hasta la segunda década del siglo XIX, Colombia y otros países de América Latina crecieron en función de la España colonialista y, por la debilidad de este país, al tiempo contribuyeron con la expansión de los países capitalistas, aquellos a los cuales fueron a terminar finalmente las riquezas expoliadas; hoy en similares condiciones de atraso económico y dependencia estructural, como en la época colonial, nuestros países están articulados al capitalismo neoliberal y global.

Nuestra Bogotá “moderna” continúa siendo funcional a los intereses económicos foráneos, ya no está aislada porque las nuevas lógicas de transporte y comunicación la conectaron con el mundo, convirtiéndola en un gran centro de consumo. Su ordenamiento territorial obedece a los requerimientos del capitalismo mundial. El actual Plan de Ordenamiento Territorial, tal como el ordenamiento territorial colonial de facto, es excluyente y funcional a las multinacionales y los países capitalistas dominantes. Los nuevos invasores, ya no montados sobre sus caballos y armados con la espada y la cruz, sino sobre su poderío económico avasallador, deciden el futuro de la ciudad tras bambalinas.

Bogotá está siendo pensada y adecuada como una ciudad comercial y prestadora de servicios educativos y de salud de alta calidad. Está convirtiéndose en una metrópoli que no admite/incluye a los pobres herederos del mestizaje colonial. Las zonas periféricas que estos heredaron de sus ancestros indígenas y mestizos , están siendo “recuperadas” para el desarrollo y el progreso. Son objeto de obras de urbanismo que las transformarán en un gran centro hotelero, turístico, comercial y prestador de servicios de salud y educación superior para nacionales y extranjeros. Una gran ciudad dentro de la ciudad, en donde el capital circule y se reproduzca eficientemente. A eso lo llaman ostentosamente plan maestro del centro de Bogotá, uno de los varios planes que contempla el mencionado Plan de Ordenamiento Territorial.

La exclusión e inequidad histórica no cede, la revolución modernizadora no es igualitaria, ni siquiera bajo los últimos gobiernos progresistas, como tampoco lo fue la revolución libertaria criolla. Tal como los indígenas fueron expulsados por los españoles hacía la periferia y sus hijos mestizos relegados a un segundo plano, los descendientes de aquellos y estos son lanzados hacia los extramuros de la ciudad, hacia el anonimato en medio del avance de la modernización(3).

La Bogotá colonial, aislada y atrasada se articuló perfectamente a las necesidades expansionistas feudales de España y de aseguramiento del poder colonial, la Bogotá moderna comunicada con el resto del mundo, se está articulando funcionalmente al capitalismo neoliberal, aunque el ex alcalde Enrique Peñaloza (1999) afirmaba demagógicamente que “Bogotá deberá hacerse nueva, construirse distinta. Ya es hora de no copiar modelos extranjeros sino proponer los nuestros para el resto del mundo...". Pura demagogia para encubrir la profundización de la dependencia económica.

El tiempo ha transformado radicalmente la estructura urbana de una ciudad que parecía que se iba a quedar estacionada en el tiempo, así pensaban algunos de los viajeros; en lo que si se quedó estática fue en la inequidad y la segregación social. Estas se han profundizado tanto como radicalmente ha crecido urbanísticamente la ciudad. El mapa del POT, por si mismo evidencia la división urbanística espacial o mejor social de la ciudad. Son varias ciudades dentro de una gran ciudad, en la que cada una cumple su papel y en la que se asegura una separación y segregación social(4) que garantice una supuesta convivencia.


En una investigación auspiciada por la Alcaldía de Bogotá sobre “Historia del espacio público de Bogotá” los investigadores se preguntaban ¿Qué significado tiene el espacio público para una ciudad? Y antes de precisar una respuesta, consideraban que: “es conveniente decir que la ciudad es un núcleo moderno de actividad política e industrial, de gestión financiera, comercio internacional, comunicaciones y es un inmenso centro comercial donde se ofrecen bienes producidos en todo el mundo para satisfacción de todas las necesidades. Confluencia de ideales que se manifiesta en ritmos cotidianos y representaciones simbólicas de la sociedad sobre el progreso, el avance tecnológico, la industrialización y el ideal de bienestar que la mayoría de los individuos recrean sobre la ciudad. En ella concurren variedad de culturas y ritmos cotidianos enmarcados en las costumbres y formas de vida de cada uno de los grupos sociales que alberga”.

Esta definición o concepto de ciudad, no coincidencialmente, en su primera parte es el que ilumina las políticas públicas urbanísticas, económicas, culturales y sociales tanto de los gobiernos de derecha, como de los de izquierda. La ciudad es para hacer funcionar el sistema económico, lo demás se subordina a este propósito.
Habría que disentir de la segunda parte de la definición-para el caso de Bogotá- ante la inexistencia de una confluencia de ideales de progreso y bienestar.

Bogotá es una ciudad en la que no confluyen sino que se enfrentan antagónicamente intereses económicos y sociales. No puede pretenderse como armónico algo que permanentemente está en conflicto, las políticas públicas obedecen a los intereses del gran capital y no están dirigidas a construir una ciudad democrática, participativa e incluyente. O como la definen los investigadores una ciudad en la que concurren diversas culturas.

Veamos los contenidos del POT para corroborar la afirmación anterior, por ejemplo entre sus objetivos se plantea: Fortalecer el territorio rural e integrarlo de manera funcional al Distrito Capital y a la región, preservando su riqueza natural y aprovechando sus oportunidades.

Aunque los verbos preservar y aprovechar suenan benignos, el concepto de funcionalidad les da otro sentido. Es totalmente previsible que la gran ciudad en la medida que cuenta con condiciones favorables de todo tipo en comparación con sus vecinas, puede asumir una posición dominante subordinándolas como satélites y, en tal condición, imponer su propia visión de lo que entiende por preservar riqueza y aprovechar recursos.

En tales condiciones las relaciones territoriales son totalmente asimétricas y funcionales al más fuerte. La Ley de Desarrollo Territorial (388 de 1997) no detalla cómo los municipios deben incorporar el tema regional a sus planes de ordenamiento, es decir que están en absoluta indefensión normativa y política frente a una concepción de ciudad- región avasalladora que avanza a pasos agigantados. No debe causar sorpresa el hecho de que los municipios aledaños a Bogotá, se terminen convirtiendo (ya lo están siendo) en los centros receptores de los pobres desplazados, como consecuencia del espíritu modernizador del POT. Algo así como los dormitorios de los trabajadores de la gran metrópoli.

Veamos más, el objetivo económico del POT, establece: Organizar el territorio, aprovechando sus ventajas comparativas para lograr una mayor competitividad, para lo cual se adoptan las siguientes políticas de largo plazo:
a. Ofrecer espacios para la localización racional del comercio, la industria y los servicios y promover Centros Empresariales del ámbito internacional.
b. Consolidar el equipamiento urbano y la infraestructura vial y de comunicaciones necesarios para garantizar la plataforma exportadora de la ciudad y su región.
c. Promover la oferta de suelos estratégicos para la localización y modernización de la industria, teniendo en cuenta su especialización económica y su impacto ambiental.
d. Fomentar la localización industrial basada en nuevas tecnologías a través de parques industriales ecoeficientes y tecnológicos.
e. Jerarquizar los corredores comerciales de la ciudad y fortalecer las centralidades urbanas para aumentar la capacidad de soporte de nuevas actividades económicas generadoras de empleo.
f. Mejorar las condiciones físicas y ambientales del espacio público con miras a elevar la calidad de vida.
g. Ampliar la oferta turística con base en los atractivos físicos y ambientales de la ciudad y fortalecer el turismo ciudadano.

No se habla nada de redistribuir el ingreso, por ejemplo, o de crear condiciones de competitividad para la pequeña y mediana empresa. Todas las estrategias apuntan a segmentar, jerarquizar y dotar de infraestructura urbana para tener una ciudad idónea para los grandes negocios. Bogotá será, ya lo está siendo, un centro urbano dispuesto para el comercio, la industria, los servicios, la exportación y, por supuesto, atractivo para la inversión extranjera. La otrora ciudad atrasada, sucia, aislada, fría, de gente rara que vieron los viajeros europeos, se ha ido convirtiendo en un megacentro urbano consentido por el capitalismo neoliberal.

La estrategia para mejorar las condiciones físicas y ambientales del espacio público se reducen a medidas de “recuperación del espacio público”, dirigidas principalmente contra los vendedores ambulantes que “afean” (contaminan) la ciudad y obstaculizan (las condiciones físicas) la circulación de los consumidores y su ingreso a los establecimientos del “comercio organizado”. Lo que realmente se está haciendo es privatizar el espacio público de manera funcional a los grandes negocios. No es para los ciudadanos, sino para los consumidores. No es realmente para todos, sino funcional a los intereses de unos pocos, aunque demagógicamente se plantee lo contrario.

El objetivo social es bastante tacaño, demagógico e impreciso, no cabe duda que fue formulado intencionalmente para cumplir con lo mínimo: Promover la equidad territorial para garantizar la oferta de bienes y servicios urbanos a todos los ciudadanos, para lo cual se adoptan las siguientes políticas de largo plazo:
a. Disminuir los factores que generan pobreza urbana.
b. Priorizar la inversión pública en la atención de necesidades de las zonas que alberguen los grupos más vulnerables.
c. Generar suelo apto para el desarrollo de programas de Vivienda de Interés Social y Prioritaria, conducentes a disminuir el mercado informal.
d. Construir un sistema de transporte masivo que garantice la accesibilidad y movilidad funcional dentro del territorio Distrital y de este con la región.
e. Ejecutar los programas de dotación de equipamientos y mejoramiento integral en las áreas más deficitarias.
f. Atender de forma prioritaria el reasentamiento de familias ubicadas en zonas de alto riesgo.

Son puras medidas para mitigar el impacto social negativo que provocará el hecho de convertir esta ciudad en un gran centro de negocios y para el turismo internacional. Decir que hay que disminuir los factores que generan la pobreza, en lugar de decidir acabar con estos, es algo así como mantener la pobreza dentro de sus “justas proporciones”, parodiando a un presidente que tenía fama de bruto, pero decía las cosas con conciencia e identidad de clase.

Las boronas de la mesa del rico Epulón para los más pobres, dirían los cristianos; las sobras para aquellos que se encargarán de construir esa ciudad soñada para el progreso. Basta identificar en qué zonas y que tasa o índice de valorización tienen los suelos en los que se adelantarán los llamados planes de vivienda de interés social y prioritario, para evidenciar la concepción segregacionista y clasista del POT. Casas para pobres en suelos para pobres.

Concebir como estrategia social la construcción de un sistema masivo de transporte para garantizar la movilidad en la región es demagógico, puesto que su objetivo es evidentemente económico, no sólo porque será un gran negocio, sino porque su fin último es asegurar la circulación ágil de la fuerza de trabajo y de los consumidores nativos y foráneos.

Hay que recordar que el actual alcalde Samuel Moreno, a propósito de su propuesta de reforma del POT, planteó en la instalación del evento “Turismo Compite”, que se trabajará en tecnología y capacitación para fortalecer la condición de la ciudad como primer destino turístico en el país, al respecto afirmó: “Por ello, dentro de nuestro Plan de Desarrollo de Bogotá Ciudad Global, nos proponemos la elaboración del Plan Maestro de Turismo, con el fin de que sea incorporado al POT y concretar acciones que permiten gestionar desde la perspectiva turística en el suelo urbano y rural de la ciudad”. Traducida esta afirmación en términos más precisos, de lo que se trata es de dotar la ciudad de una infraestructura funcional al turismo y desregularizar y/o flexibilizar la normatividad existente (quitar obstáculos), para facilitar a los inversionistas la obtención de jugosas ganancias en este sector de la economía.

Qué lejos está nuestro POT de concebir una ciudad incluyente y democrática tal como la define Manuel Castells “…el papel de las ciudades en la Era de la Información es ser medios productores de innovación y de riqueza, pero es, aún más, ser medios capaces de integrar la tecnología, la sociedad y la calidad de vida en un sistema interactivo, en un sistema que produzca un círculo virtuoso de mejora, no sólo de la economía y de la tecnología, sino de la sociedad y de la cultura”(5).

La Bogotá decimonónica y la moderna son muy distintas, pero sospechosamente parecidas, si no gemelas, en su espíritu excluyente, segregacionista e inequitativo. Si los viajeros que la visitaron en el siglo XIX pudieran viajar en el tiempo para recorrerla nuevamente, se sorprenderían por su desarrollo urbanístico y tal vez porque las maneras de la gente han cambiado (las buenas maneras y la cortesía están casi extinguidas) o porque el endocentrismo cultural bogotano ya no existe a consecuencia de las migraciones forzadas. Pero una vez superado el “shock” inicial, la encontrarían igualmente injusta en términos económicos y socio culturales aquellos que críticamente así lo percibieron, o igualmente jerárquica aquellos otros que concebían que esto era natural y no les interesaba investigar, ni escribir sobre tales cosas.

También encontrarán que persiste la alianza política con la iglesia, que en virtud de esta santa alianza sigue incompleto un proyecto secularizador. Es casi inconcebible que no exista al menos una iglesia católica por barrio. Ya no controlan la educación pública, pero si una de las universidades más prestigiosas en la que se forma la clase política y empresarial del país, la Universidad Javeriana.

Encontrarán que pervive el proverbio “el que peca y reza empata”, como dice Rubén Jaramillo, en virtud del cual se sigue siendo tramposos y tomando el atajo, tal como sucede en la administración pública, no obstante los esfuerzos de algunos gobernantes para erradicar estas prácticas.

Nuestra Bogotá “moderna” (modernizada) como la colonial, sigue siendo multiétnica y multicultural, está lejos de ser pluri. No convivimos, en el mejor de los casos nos toleramos, connivimos si cabe el término. En este sentido el tiempo no ha introducido cambios, no ha habido evolución. La ciudad tan sólo ha experimentado una transformación física profunda, pero no espacial porque su lógica de ocupación sigue siendo tan excluyente y clasista como siempre.


NOTAS:

(1) “Por ello, durante el período colonial, el control que ejercía la élite militar- burocrática española sobre una población subordinada y servil, así como el monopolio casi absoluto sobre la tierra y todos los otros recursos económicos, o se a las minas de metales preciosos, reproducían una estructura económica que desestimulaba todo interés por el desarrollo tecnológico”. Jaramillo Vélez, Rubén. Moralidad y Modernidad en Colombia. Escuela Superior de Administración Pública, 5 de noviembre de 1998.
(2) Es la estructura de poder del paramilitarismo en varias regiones del país.
(3) Entendida como imposición de una transformación.
(4) “A medida que vamos alejándonos del centro de la urbe, más pobres aparecen los barrios que encontramos. Todavía observamos casas, si bien de un solo piso, pero blanqueadas y cubiertas con tejas de barro. Poco a poco empero, aparecen otras de estructura más reducida y de aspecto más humilde. Al fin, tornando la vista por donde quiera, topamos con un cinturón de pequeños ranchos con muros levantados de tierra pisada y cubiertos de paja…” Hettner, Alfred. Viaje por los Andes Colombianos 1882-1884.
(5) Castells Universidad de Berkeley (California). Conferencia pronunciada en el Salón de Ciento del ayuntamiento de Barcelona, el 21 de febrero de 2000, en el acto de clausura del Máster “La ciudad: políticas proyectos y gestión” (http//:www.fbg.ub.es) organizado por la Universidad de Barcelona y dirigido por Jordi Borja.

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