miércoles, 9 de septiembre de 2009

LA REPÚBLICA LIBERAL CONTINUIDAD, RUPTURA O INFLEXION

Eduardo León
Abril 2007


En el contexto de la gran crisis mundial del capitalismo en la década de los años 30 del siglo XIX, el final de un largo período de hegemonía conservadora y de otros acontecimientos mundiales (primera y segunda guerra mundial, cambio del eje económico de Inglaterra hacia Estados Unidos, surgimiento de movimientos nacionalistas en América Latina) se presentó lo que se conoce en la historia de Colombia como la República Liberal entre los años 1930 y 1946, período de sucesivos gobiernos liberales que algunos consideraron como el fin de una era oligárquica y el advenimiento de una “sociedad burguesa moderna”.

Por supuesto que existían fuertes disputas al interior de las clases dominantes, encubiertas con el telón de supuestas contradicciones de tipo ideológico, pero que en realidad se trataba de la pugna entre facciones de la oligarquía por la hegemonía en el control del estado y el reparto económico, sin que tal escenario configurara una disputa radical entre anacrónicas y modernas formas de concebir la nación, el estado, la sociedad y la economía.

Colombia, a diferencia de los países europeos, no fue escenario de una revolución democrático- burguesa que diera al traste con las estructuras feudales y semifeudales que entrababan el desarrollo del capitalismo; lo que se cocinó, aún en medio de confrontaciones (guerras civiles), fue una alianza entre bloques en el poder que se han turnado o han compartido el ejercicio del control del estado para satisfacer los intereses y ambiciones de la oligarquía colombiana. En el marco de este particular proceso de instauración del capitalismo en Colombia, se sentaron las bases de lo que se conoce en algunas teorías como la Formación Social Colombiana, caracterización con la que se explica como en el modelo de acumulación y dominación colombiano convivieron y aún conviven formas precapitalistas y capitalistas de producción.

Es innegable que la llamada República Liberal provocó cambios importantes de mayor o menor calado, acordes con un contexto internacional difícil para el capitalismo, que resultó siendo su mayor estímulo ante los requerimientos de un modelo en crisis que para los países latinoamericanos representaba una oportunidad para sus economías, aunque traería consigo un trágico futuro de profunda dependencia, principalmente respecto de Estados Unidos.

Sin embargo no se concretaron los elementos de fondo para la construcción del estado moderno que pretendían los liberales, entre otras razones, porque se mantuvo en lo sustancial el modelo concebido en el marco de una de las constituciones más atrasadas del mundo: La Constitución de 1886. Inclusive contrariando lo que habían avanzado en algunos aspectos los liberales radicales inspiradores de la constitución de 1863, tales como la autonomía absoluta de las provincias, las libertades sociales, y algo importante: la ruptura con el autoritarismo y el poder de la iglesia católica.

La reforma constitucional de 1936 introdujo algunos cambios en materia de las relaciones iglesia estado, pero no transformó sustancialmente los términos del Concordato. El estado se atribuyó algunas prerrogativas para intervenir en los conflictos obrero- patronales, entre otras razones, porque necesitaba un crecimiento de la mano de obra y en consecuencia resultaba útil “protegerla” en sus derechos laborales. Estos y otros cambios no implicaron rompimiento radical con la Constitución de Nuñez y Caro. Fue grande el contraste entre la retórica reformadora liberal y su práctica conservadora.

En el plano político, no se presentaron transformaciones radicales salvo el cambio de timonel en el gobierno nacional, Enrique Olaya Herrera, primer presidente de esa época liberal, impuso un esquema de gobierno compartido con los Conservadores: llamado gobierno de Concentración Nacional. Las diferencias acerca de la necesidad del intervencionismo estatal o de modificaciones en la legislación agraria y social se diluyeron tras la prioridad de los dos partidos de mantener su cuota de participación en el poder. Característica que se mantiene hasta la actualidad, con períodos de crisis de reparto del poder, como la llamada época de la violencia. Lo importante como tendencia general es identificar que las “viejas” y “nuevas” concepciones y estructuras buscan la manera de convivir, aunque esa convivencia no esté exenta de grandes o pequeños sobresaltos.

En última instancia el elemento cohesionador de las clases oligárquicas fue el mantenimiento de una estructura socio-política de dominación y explotación para mantener sus privilegios. Realmente lo que se dio durante la República Liberal fue una transferencia del poder al interior de una clase: la hegemonía de las élites liberal y conservadora tradicionales ligadas al tradicionalismo católico, pasó a manos de los sectores político- económicos “modernizantes” de uno y otro partido.

Al decir de Pecaut, Colombia durante la República Liberal entró en el campo de las democracias burguesas, pero esto no significó, como se mencionó antes, la realización de transformaciones estructurales propias de una revolución democrático- burguesa. A pesar de tantas guerras partidistas y entre élites regionales, su horizonte no rebasó las mezquinas ambiciones de grupos. Jamás se les pasó por la imaginación a las clases dirigentes un proyecto de nación, la pugna de intereses que sirvió de combustible a las confrontaciones militares y políticas no alcanzó para reducir a cenizas el viejo orden feudal.

Un proyecto nacionalista era impensable porque la oligarquía liberal y conservadora cargaba sobre sus hombros el fardo de los intereses capitalistas extranjeros, frente a los cuales no tenían un solo ápice de diferencia, por el contrario siempre mostraron fidelidad y servilismo. La República Liberal no fue una excepción.

En el ámbito económico se conciliaron los intereses de terratenientes, agroexportadores tradicionales e industriales. El hecho de que los liberales propugnaran por un estado interventor y regulador y por la implantación de una industria nacional cabalgando sobre la recesión capitalista del 29, no los ubicó en un modelo proteccionista deliberado ni los alejó en lo sustancial del liberalismo económico, tampoco cuestionaron a fondo la inversión extranjera, políticas agenciadas por sus antecesores en el poder. Así como propusieron la reducción de tasas de interés sobre la deuda externa, que podría incomodar a la inversión extranjera, a la vez mostraron el deseo y la necesidad de su retorno, por ejemplo renunciando a las pretensiones nacionalistas sobre el petróleo. El presidente Olaya Herrera buscaba una “amigable cooperación con el capital extranjero”, para demostrarlo expide una ley que reduce el control y la participación nacional en la explotación del petróleo.

Existía la necesidad de impulsar el desarrollo de la industria nacional, dada la crisis mundial del capitalismo que contradictoriamente ofrecía una oportunidad histórica para el desarrollo del capitalismo colombiano, situación que se interpretó como la posibilidad de obtener ganancias y no para sentar las bases de un capitalismo moderno, por eso se mantuvo el esquema de producción- especulación (llamado para la época: sustitución de importaciones), consolidando de esta manera la dependencia respecto de los sobresaltos de la economía internacional, situación que para autores como Ocampo constituye una forma natural de desarrollo.

En realidad ocurrió lo contrario, la división internacional del trabajo le asignó a estos países, entre ellos Colombia, el papel de productor de materias primas para la gran industria transformadora y le deja alguna posibilidad de desarrollo de una industria de bienes de consumo, sin mayor valor agregado, que le produce grandes dividendos a la industria internacional de bienes de capital al verse obligada a mantener niveles de productividad basados en una permanente innovación tecnológica, para poder mantenerse en el mercado.

En el campo social, la burguesía liberal aunque reconoció explícitamente la existencia de clases sociales, lo que perseguía era neutralizar cualquier posibilidad de transformaciones radicales, por eso se autoproclamó como la intérprete y representante de los sectores más empobrecidos y explotados de la población colombiana. Logró cooptar el movimiento obrero mediante la expedición de leyes laborales; coquetear con los campesinos y sectores medios del campo con la expedición de la ley 200 de 1936 que además de no resolver la problemática agraria ni para los campesinos ni para el capitalismo, a la postre significó una mayor concentración de la tierra y una desruralización y urbanización del país. Tal vez el triunfo más notorio de los liberales en el poder, fue vender la idea de un estado portador de la voz de la nación, regulador y árbitro de las contradicciones sociales: es decir un estado por encima del bien y del mal.

El Partido Liberal puso a caminar a su ritmo reformista a la izquierda, condenándola a endosar su futuro tras la búsqueda de ilusorias conquistas populares en el marco de una pretendida revolución democrático burguesa en la que creía más la izquierda que el propio partido liberal; le hizo perder la iniciativa y ponerse a la cola de una supuesta burguesía nacionalista y en consecuencia declinar la posibilidad de construir una oposición auténtica al bipartidismo oligárquico; y también, aunque remotamente, la llevó a renunciar, al menos temporalmente, a una revolución social para la cual los contextos nacional e internacional brindaban las condiciones objetivas.

La República Liberal, en consecuencia, no significó ningún rompimiento con el viejo orden oligárquico, por el contrario garantizó su continuidad bajo una eterna alianza: abierta, implícita o velada, no exenta de distanciamientos pero en permanente reconciliación. En buena medida, a su manera, garantizó la continuidad de un modelo de dominación y explotación y de adecuación del país al liberalismo económico y la división internacional del trabajo, en la cual, sobra decirlo, Colombia llevó la peor parte.

Puede concedérsele a la República liberal algunos cambios en el sentido de la línea que llevaba el modelo de dominación y acumulación que posibilitaron que la oligarquía aprovechara la coyuntura internacional, para aumentar sus ganancias aunque al costo histórico de la dependencia y dominación de los ejes de acumulación capitalista mundiales; el entronamiento de una oligarquía especuladora/oportunista que no acumula riqueza, ni genera desarrollo sino poder y dinero (nada atenta más perfectamente contra el desarrollo); y a una guerra civil permanente de la cual obtiene grandes ventajas. Como diría nuestro Premio Nóbel García Márquez, las oligarquías liberal- conservadora, cada cual desde su respectivo turno en el poder, sumieron el país en “cien años de soledad”.

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