viernes, 11 de septiembre de 2009

LOS PARECIDOS DEL AUTORITARISMO URIBISTA Y EL TOTALITARISMO DEL FÜHRER


Eduardo León
Junio 2008

“Una Nación que no exige de su gobierno más que el mantenimiento del orden, ya quiere la tiranía en el fondo de su corazón”
La democracia en América Latina. Alexis Tocqueville.


El pueblo colombiano no es el de la Alemania nazi, ni Uribe es la reencarnación del Führer; no obstante, guardadas las distancias históricas, son sorprendentes los parecidos de aquella y éste, con la mayoría despistada del pueblo colombiano y el fraudulentamente reelecto presidente Uribe, gracias al voto comprado de una ambiciosa parlamentaria que aprovechó en beneficio propio y del presidente su palomita en el Congreso y gracias al ausentismo, también recompensado, al momento de la votación del, casi desconocido, parlamentario Teodolindo Avendaño. Lo anterior sumado a las presiones de los paramilitares sobre los electores, practicando un terrorismo similar al de las SA del régimen nazi, entronaron por segunda vez al polémico y odiado por unos y amado por otros, Presidente Uribe.

Buena parte del pueblo colombiano, al menos eso dicen las encuestas de opinión (dudosas porque la opinión pública es manipulable), legitima el autoritarismo de Uribe y su papel como punta de lanza de los gringos en la lucha anticomunista en el continente. Con estas encuestas se crea una realidad que es favorable al autoritarismo Uribista. De acuerdo con Hanna Arendt, esa parte de los colombianos actuaría como una especie de “populacho” que tiende a creer lo que le dicen en forma de mito; para el caso colombiano el mito aglutinador es la existencia de un peligroso enemigo que atenta contra su tranquilidad: el terrorismo.

Siguiendo a Arendt, las masas Uribistas no tienen identidad de clase, son manipulables, siguen al caudillo, necesitan novedad, repetición y movilidad. Todas esas características las logra, en gran medida, Uribe en amplios sectores del pueblo colombiano que le permite consolidarse como líder indiscutible.

Este mito, desde un enfoque social, ha servido para legitimar y mantener el orden impuesto: cumple una función política. Al mito del terrorismo comunista se responde con el terrorismo de estado, dirigido contra todo el que sea sospechoso de ser afín a los comunistas. Hitler utilizó las SA con el propósito de atacar a los comunistas y a los judíos, que para el caso colombiano resultan ser las comunidades agrarias, sospechosas de apoyar a la guerrilla y que estorban la imposición de un modelo agrario basado en la agroindustria que extermina la economía campesina y hace funcional al país a la nueva división internacional del trabajo.

En varias ocasiones Uribe ha sacado otro mito, el de las conspiraciones en su contra para auto victimizarse y obtener el respaldo “popular”, según Maria Isabel Rueda estas conspiraciones se dan en tres frentes: 1) Los bogotanos y los medios de comunicación que funcionan en la ciudad que tienen un concepto de “coctel” sobre la realidad del paramilitarismo, que a él le toco vivir en su finca del Ubérrimo; 2) los paramilitares en los que estaría imperando la ley de “muera Sansón y todos sus filisteos”; y 3) La Corte Suprema. El Presidente cree que los magistrados de la Corte Suprema no son neutrales en el juicio del paramilitarismo.

La reciente extradición de algunos de los principales cabecillas del paramilitarismo obedecería a una estrategia de silenciamiento que evitaría que en algún momento lo salpiquen con sus confesiones (la foto de Fujimori lo aterra). Tal como le sucedió a Hitler, sus “generales” no le hacen caso e incluso aparecen algunos traidores.

La demanda por calumnia contra un magistrado de la Corte Suprema de Justicia que lo denunció de estar tratando de intervenir en favor de su primo Mario Uribe, para que no fuera judicializado por paramilitarismo, es una forma de silenciar o neutralizar a la Corte en sus investigaciones de parapolítica. Aprovechando la imagen que tiene entre amplias mayorías de colombianos, trata de deslegitimar a esta Corporación y de paso blindarse contra futuras investigaciones que pudieran comprometerlo.

Su afán de perpetuarse o extender su permanencia en el poder, lleva a Uribe a plantear otro de sus mitos: La “hecatombe” que no define que es y que podría ser cualquier cosa: la posibilidad de triunfo de una candidatura de izquierda, una fractura de su coalición política en el proceso de selección de su sucesor o sucesora, o simplemente cualquier hecho que le justifique mantenerse indefinidamente en el poder, incluso de su propia autoría. No es de extrañarse que el presidente esté, desde ya, prefabricando una situación de anomía en la estructura política, que le permita cumplir su propósito de mantenerse en el poder al menos 12 años. La complacencia de amplios márgenes de la opinión pública favorece sus intenciones re-reeleccionistas. Cuando Hitler se convirtió en el caudillo absoluto del partido nazi, aseguró la futura obediencia suprema y se inició el mito del Führer. El presidente Uribe persigue algo similar, fundar el mito del líder sin el cual el país se derrumbará.

Varios analistas se preguntan por qué a pesar de la existencia de tantos escándalos en torno al presidente, su imagen se mantiene “intacta”. Funcionarios corruptos nombrados por él resultan ser además de subalternos también sus amigos; la mayoría de los políticos judicializados por paramilitarismo fueron sus formulas electorales en su reelección; los paramilitares más “destacados” son sus vecinos; su hermano ha estado involucrado en graves investigaciones por asesinatos. A este fenómeno se le ha llamado el “efecto teflón” por virtud del cual el presidente ha venido saliendo bien librado de situaciones comprometedoras. El “efecto teflón” es atribuido al supuesto gran carisma de que goza Uribe.

Un estudio realizado por varias ONG sobre las políticas del presidente Uribe, lleva por título “El embrujo Autoritario”, como una manera de explicar porque un presidente en torno al cual se producen toda clase de escándalos, no se cae como sucedería en cualquier país medianamente democrático y con un nivel medio de desarrollo institucional.

Pero en realidad al “carismático” presidente Uribe es más lo que se le concede como tal, que lo que realmente tiene. Más que carisma derivado de cualidades personales, éste proviene de un hábil manejo de imagen y de tender cortinas de humo a las situaciones coyunturales que lo afectan. Cuando estas formulas no le funcionan entonces sacrifica a algún peón de su ajedrez político.

Los Consejos Comunitarios son una fiel expresión de su voluntarismo o más precisamente de su autoritarismo populista; éstos fueron creados como la concreción de lo que ha llamado Estado Comunitario, negando en la práctica el carácter del estado colombiano como un Estado Social de Derecho tal como prescribe la Constitución Política. A Uribe como a Hitler el estado y la institucionalidad le estorban. En varias oportunidades la división de poderes creada por la Constitución Política del 91, para que existan pesos y contrapesos, controles políticos y legislativos al poder ejecutivo, ha sido desconocida absolutamente por Uribe(1). La universalidad de la norma implica que vale para todo mundo, pero no es así para el presidente quien seguramente se considera por fuera del mundo. Como dice Weber, mientras que la dominación burocrática es racional en tanto está vinculada a reglas, la dominación carismática es irracional pues es extraña a toda regla. El presidente Uribe da muestras constantemente de ser más afecto a la segunda.

El presidente Uribe ha realizado incontables Consejos Comunitarios, en los que como para Hitler en sus mítines poco importa el contenido, sino la capacidad de movilización en torno a su figura presidencial; poder ser la voz de las masas que quieren autoridad como elemento unificador. Busca que el Estado quede representado totalmente en él, por eso reparte favores y “soluciona” problemas en los Consejos Comunitarios. Su estilo lo coloca al borde del totalitarismo o al menos del autoritarismo. El Estado racista alemán era un estado personalizado, Uribe quiere que el Estado colombiano se personifique en él, por eso en no pocas ocasiones legisla y se abroga facultades judiciales, a la vez que gobierna.

El hecho de poner en cuestión la existencia de los partidos Uribistas, por boca de su Consejero para la Paz, Luis Carlos Restrepo, pidiendo su disolución, lo reafirma como líder único e indiscutible y de paso silencia algunas voces inconformes entre su coalición. A la vez, envía a la opinión pública un mensaje de estar por fuera de cualquier vinculación con la parapolítica, mensaje que posteriormente reafirma con la extradición de 13 jefes paramilitares, a quienes “castiga” como hizo Hitler con Röhm y otros líderes de las SA, en la “noche de los cuchillos largos”. Así como Hitler disolvió las SA debido a los reclamos por sus excesos. Uribe ha hecho algo similar con la Ley de Justicia y Paz, ha legalizado el paramilitarismo que se le estaba saliendo de las manos.

Uribe, como Hitler, surge como figura nacional y “esperanza” para los colombianos, reprochando la humillación a que fue sometido el Estado colombiano luego de los golpes militares y políticos asestados por parte de la guerrilla, en la época de Pastrana. Uribe, como Hitler después de las humillantes condiciones a que fue sometida Alemania luego de perder la primera guerra mundial, se declaró como “El Salvador” y “desfacedor” de tan humillante entuerto. Prometió mano dura, derrotar a la guerrilla y convertir a Colombia en un “país de propietarios”.

Uribe, al estilo de Hitler creó una atmosfera de duda, de incertidumbre y desesperación y él apareció como el redentor. El “populacho” decepcionado le creyó y lo entronó en el poder, con una especie de “patente de corso” para hacer lo que fuera necesario.

Así como el partido nazi desde su fundación enarboló 25 puntos programáticos, Uribe planteó 100 en su Manifiesto Democrático que ha repetido una y otra vez, insistente y permanentemente. Como diría Adorno, la propaganda hace que la política se vuelva opinión común

Tal como Hitler que “fusionó” el nacionalismo de derecha y el socialismo de izquierda en el nacional socialismo, Uribe montó un discurso político entre derecha e “izquierda”, para este último vinculó en su círculo de asesores más cercanos a personajes otrora militantes de la izquierda: Carlos Franco, ex militante del EPL en la Oficina de Derechos Humanos de la Vicepresidencia, Rosemberg Pabón, Ex militante del M-19 en Dansocial, Luis Carlos Restrepo que gozaba de imagen progresista como Consejero de Paz, José Obdulio Gaviria, como Asesor Presidencial, entre otros.

Colombia como Alemania no se erigió sobre una revolución democrático burguesa, sino sobre una especie de maridaje entre terratenientes y capitalistas que conformaron la Oligarquía Colombiana, que cabalga desde hace más de 100 años sobre un remedo de Estado que les permite hacer de lo público su botín. Uribe ha “despertado” una especie de sentimiento patriótico con connotación negativa y el “amor por el trabajo”, que le han servido como “valores” para construir una identidad funcional a sus intereses y los del sector de la Oligarquía que venía reclamando participación en el poder.

Esos “valores”, actúan más como mitos que como ideología, parecido a los mitos nazis de pueblo, patria y raza. En Colombia es discutible hablar de racismo, aunque existen expresiones discriminatorias que evidencian algún tipo de racismo; pero claramente si existe clasismo y el régimen Uribista ha desatado una especie de exterminio contra comunidades agrarias mediante el desplazamiento forzado, masacres, desestructuración de sus redes económicas, sociales y culturales: Bajo el supuesto de que son los aliados de los terroristas. Los nazis asesinaron 6 millones de judíos, Uribe ha provocado el desplazamiento de, por lo menos, la mitad de los cuatro millones de colombianos actualmente desarraigados de sus tierras y territorios.

Uribe ha desatado una espiral de muerte, como diría Focault, como fórmula de violencia. Tal como opina Hanna Arendt el que ejerce la violencia niega el lenguaje. La violencia se ejerce en nombre de que no hay lugar para la discusión porque la violencia corresponde a la lógica de medio- fin. Ese tipo de violencia es el que ha ejercido el paramilitarismo en nombre de Uribe, de la seguridad democrática, de la lucha contra “el terrorismo”. Se trata de arrasar y producir temor. Exterminar cualquier capacidad de respuesta o de resistencia.

Colombia es financiada por los Estados Unidos para mantener al gobierno como aliado incondicional y blindarlo contra la supuesta amenaza comunista representada por Chavez. En su tiempo el fascismo alemán fue visto con ojos complacientes por parte de las potencias capitalistas, hasta que pretendió obtener una buena tajada del pastel capitalista mundial. El gobierno de Uribe es funcional a los planes expansionistas de EEUU, una vez se vuelva incómodo o inconveniente apoyarlo, lo van a quitar de en medio, si es necesario.

El régimen Uribista también tiene su propio Joseph Goebbels, el tristemente célebre ministro de propaganda de Hitler, en cabeza del enigmático asesor presidencial, José Obdulio Gaviria, renegado militante de la izquierda, que como Goebbels se ha encargado de adelantar una sistemática propaganda ideológica en favor de la figura de su líder, a quien no duda en calificar como un genio poseedor de “una inteligencia superior.” Esto hace recordar las consignas nazis para elevar la figura del Führer: “el Führer es la realidad alemana de hoy y del futuro”, “el Führer no necesita del pueblo, sino que garantiza lo que el pueblo quiere”.

Los acólitos de Uribe parecen estar inspirados en tales fórmulas propagandísticas cuando se refieren a él, han logrado hacer creer a mucha gente que Uribe salvó la patria y devolvió la tranquilidad a los colombianos (qué dirán al respecto las víctimas de su régimen autoritario). La propaganda del régimen Uribista cumple exactamente la misma función de la propaganda nazi: ser entendible y lo más importante que no se olvide.

El vínculo de obediencia establecido entre Uribe y sus funcionarios, especialmente los más cercanos como José Obdulio o el Ministro de Agricultura Arias, los hace ser parte del ideal del jefe que realiza los sueños de los demás. El primero se encarga de difundir sus ideas y pensamiento y el segundo de imitarlo hasta en los gestos, no es gratuito el mote de “Uribito” que se ha ganado y que tal parece le causa enorme orgullo.

La mencionada columnista de derecha María Isabel Rueda, reconocida Uribista, en una de sus columnas opina sobre Gaviria, que “nadie mueve a J.O. Ahí sigue construyéndole referencias históricas y telones de fondo a las actuaciones y declaraciones del Presidente”. Cortinas de humo debería decir la reconocida columnista, pero no lo hace porque es Uribista.

Siguiendo a María Isabel Rueda, considera que José Obdulio “ha logrado labrarse entre la opinión y los comentaristas de prensa una mala fama muy bien ganada hasta llegar a ser considerado por muchos el representante de una especie de ala siniestra del gobierno”. Si no fuera Uribista la señora Rueda reconocería que todo el gobierno uribista es siniestro.

Varios congresistas norteamericanos enviaron una carta al presidente Uribe señalando a José Obdulio como el responsable de la macartización de la marcha del 7 de marzo realizada por las víctimas del paramilitarismo, acusándolas de ser funcionales a las FARC. Los Congresistas norteamericanos incluso le atribuyeron un nivel de responsabilidad del asesinato, días antes y después de la marcha, de algunos sindicalistas y, de paso, sugirieron la responsabilidad del gobierno colombiano en tales hechos (no se equivocaron).

¿Por qué José Obdulio se mantiene como asesor presidencial? Es indudable que cumple un papel importante en materia de propaganda ideológica del régimen unanimista y actúa como fusible cada vez que es necesario cubrirle la espalda al presidente Uribe. Este personaje oscuro y camorrero permanentemente fabrica sofismas de distracción, para desviar la atención sobre los graves problemas que enfrenta el régimen Uribista en el plano interno y externo. Se encarga de asumir los costos políticos que resultarían nocivos para la imagen de su jefe. Se sacrifica con gusto, para mantener libre de toda mácula a su líder. ¿Se equivocan quiénes lo comparan con Goebbels? por supuesto que no, pero también deberían suponer, en consecuencia lógica, que así como existe un Goebbels también debe existir una especie de Führer a quien le sirve fielmente.

Uribe también tiene su propia Gestapo, su policía política, el DAS. Con este instrumento ha hecho seguimiento a amigos, aliados y enemigos. Ha controlado lo privado, gran cantidad de teléfonos han sido “chuzados”. Tal como lo hizo el nazismo, todo lo convierte en público y político, no hay lugar para lo privado, esto es otro síntoma de totalitarismo.

En conclusión, trátese de inspiraciones o de coincidencias, es innegable la existencia de numerosas similitudes entre el totalitarismo nazi y el autoritarismo Uribista. Seguramente no sucederá lo mismo en Colombia que lo acaecido en Alemania bajo el régimen nazi, pero los parecidos son preocupantes. El presidente Uribe permanentemente amenaza con la posibilidad de enfrascarnos en una guerra con los países vecinos en nombre de la patria y contra el terrorismo. Ojalá tanto parecido sea sólo eso y no una trágica repetición de la historia.



NOTAS:

(1) Refiriéndose a las características de la dominación carismática, Weber afirma que “No existen” jurisdicción” ni “competencias”, pero tampoco apropiación de los poderes del cargo por “privilegio”, sino sólo (de ser posible) limitación espacial o a determinados objetos del carisma y la “misión” ”. Economía y Sociedad Pág 195

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